4 de agosto de 2019
(no sé a qué horas de la madrugada, con
lluvia, mientras seguramente usted está de guardia)
A: una muchacha Doctora Cósmica
De: Ya sabe usted quien.
Luego que te vi, mujer,
yo te pude querer con toditita mi alma.
(Gema, canción popular).
Doctora Cósmica:
Tal
vez le parezca extraña y ridícula esta forma de acercarme a usted y
hacerle unos saludos. Lo que pasa es que leía unos poemas y es madrugada,
además llueve y hace frío. Eso algunas veces basta para activar las nostalgias
y las esperanzas (sí, yo sé que usted pasa madrugadas infernales entre guardias
y el no dormir como para que llegue este sujeto a romantizarle los desvelos)
Pero ¡Ay! Doctora Cósmica, es que en medio de todo eso yo nací unas ganas de
abrazarla y oír su voz, acaso nomás
verla, me conformaría con eso este año.
Pero (sí, siempre hay un pero en este
mundo para los que sueñan con lo bello), no se puede, usted sabe, estamos lejos
en todos los sentidos, así que no puedo abrazarla, oírla ni verla.
Y, suponiendo - digo, es nomás una
suposición - que yo intentara anular la distancia que hay entre su cintura y
mis manos, aunque yo llegara ahorita a
su hospital en persona, sabemos de una fatalidad: usted tiene novio. Esa
es suficiente razón para saber que, aunque parado yo ahí – seguramente con una
flor o alguna otra arma del amor- frente a usted, yo no dejaría de estar a años
luz de un abrazo suyo, un beso, un agarrarle su manita y su cinturita. Asch…me
molesta que los novios de las que nos gustan siempre andan arruinando los más
bellos sueños de amor.
En fin, el caso es que acá, donde mi
madrugada, la lluvia y usted no cesan. No es de extrañarse que usted no cese de
latir en mi pecho porque USTED ES AHORITA “LA MUCHACHA DE MI CORAZÓN” Ah, es
que no le he explicado qué es eso, mire, el Felipín, un niño de acá, campesino,
que trabaja en nuestra revista Cronopios y Divergencias una vez me dijo esto:
¿Usté sabe qué es la “una muchacha de su corazón” de un cronopio? Bueno si usté no sabe yo le platico. Todo cronopio la tiene. Pasa a veces que uno, como cronopio que es, por muy mula y bestia que sea siempre se ablanda con los ojos de venado, o lunares o cabello o piernas o mirar y ya ni le digo con la voz y el hablar de una muchacha de su corazón. En cuanto se pasa junto a ella, o la miras por primera vez, o sea que como quien dice, que la conoces, como cronopio que eres, sientes así en tu panza que esa es la muchacha de tu corazón. Sí, en la panza, porque a luego como que te dan cosquillas y te entra la nerviosidá si es que está cerca, y aunque sientas cosquillas y la nerviosidá, solo te dan ganas de verla, estar con ella, y cuando ella no está, no paras de pensarla…
Eso es lo que según le pasa a un hombre
(el Felipín dice “cronopio” porque así nos autodenominamos fachosamente
nosotros) cuando se topa en la vida con la muchacha para la que fue hecho. El Felipín dice que todo cronopio la tiene
(es decir, esa muchacha que te hace reír como idiota y te pone nervioso al
mirarla o que no la dejas de pensar) y pues resulta que usted, Doctora Cósmica,
siento clarito en mi panza que es la “esa muchacha de mi corazón”. No se haga,
ya usted más o menos lo sabía, ya hemos estado cerca algunas veces, y cruzamos
miradas y ya sabe lo que provocan sus ojos cuando me ven.
En fin, yo sólo quería decirle eso
Doctora Cósmica, y así, a palabras, acortar las distancias, no sé, pue’
que alcance este palabreo en su tibieza
para arrancarle una sonrisa tierna, o alcance incluso para más, eso tan difícil
para un hombre, es decir: acariciar con palabras el corazón de una muchacha que
se encuentra lejos, inalcanzable, imposible, pero que nos inspira mucho, que
nos gusta mucho. Que aunque lejos, nos esperanzamos si sabemos que ella sonríe.
Adiós.
Atte.
Ya sabe quién.
Pd1) Si resulta que mi carta de verdad
es tibia y logra acariciarle el corazón, yo le doy permiso de sacarla cualquier
momento que pase frío por su vida. Verá usted que a veces las palabras de amor
sanan. Sea pues con ese fin que yo no
deje nunca de escribirle si es que logro acariciarle el corazón. Sea pues con
ese fin que yo ponga en estas palabras todo el amor que pueda tenerle un hombre
a una mujer.