Cuando la vi llegar
jamás imaginé
lo cerca que estábamos de
la misma grieta.
Adriana y su cabello
dorado
estrangulado por el mismo
fuego
que me quemó los ojos.
Una muchacha bonita,
demasiado bonita como
para fregar los pisos
y los escusados,
me pregunté cómo había
llegado al lugar
que parecía no ser su
lugar,
qué hacía Adriana y su
hermosura
vertiendo cloro sobre la
mugre de nosotros.
Luego me la topé a la
hora del almuerzo
y Adriana me hablaba con
lágrimas
en los ojos:
“Ahora le ha pegado al
niño
y ya no pude soportarlo,
ha estrellado el control
remoto
sobre su pequeña cabeza”.
Y Adriana rompió en
llanto
mientras nos abrazábamos
como si fuéramos
hermanas.
Fue entonces que pensé en
lo cerca que estamos
de aquello de lo que
pretendemos huir
pero que está en todas
partes,
el odio y su cascajo de
dolor,
allá donde camines te
arrojará
piedras para que te
caigas.
Este poema es para que
Adriana
se levante,
para que recuerde que el
amor existe
y no está sola.
Galaxia Guerrero.