La poesía es
un reflejo metaforizado del pensamiento del poeta. El poeta ama las metáforas
porque la realidad desnuda le pasma y en ocasiones le aterra. Y porque todo
poeta es un niño que mudó a una forma adulta en tanto no pudo desprenderse de
la necesidad del juego, pues así como los niños son felices cuando juegan, el
poeta es feliz a su manera cuando juega con la realidad a través del lenguaje.
Cuando escribo soy una niña jugando a ser poeta.
Existen muchas
formas de hacer poesía y muchos tipos de poeta, los hay quienes se desnudan
metafísicamente frente al lector (y
también literalmente, je), generalmente éstos son los que se vuelven más
populares entre la gente, pues los lectores se encuentran fácilmente reflejados
en el dolor exhibido por el poeta. Y también los hay más pudorosos u
“objetivos” por llamarlos de alguna forma (ya que sabemos que la objetividad es
imposible para cualquier mortal) éstos son los que prefieren extraer de su
entorno una pizca de poesía en la cual inevitablemente se refleja la desnudes
de su ser, muy a su pesar, pues nadie puede escapar de sí mismo ni de su
“maldito yo”. En estos últimos se encuentra la mayor parte de mi poesía y no
podría ser de otra forma para quien convive tanto con su yo por esa manía de
pensar y extraer el hueso roído de la tan
buscada y esquiva esencia de las cosas. Y porque el mundo me parece
mucho más interesante que yo. No siempre lo logro y suele pasar que me
avergüenzo de mostrar más de lo que quisiera de mí misma, porque si es que
existe un pudor poético, creo tenerlo, pues como ya les dije la poesía es un
reflejo del pensamiento del poeta. Y los poetas solemos embriagarnos con la
poesía y todos sabemos que una persona borracha habla más de lo que debería o
al menos a mí me ha pasado.
Todo esto
surgió de una plática con unos amigos en un fandango, esa noche un amigo nos
recitó un poema de desamor rabioso y se desnudó frente a nosotros, fue ahí que
me di cuenta que al final todos los poetas se encueran directa o indirectamente
y que lo que importa es saber apreciar el valor de quien se atreve a mostrar lo
más íntimo de su ser sin importar la forma en que lo haga. Como siempre, es
cuestión de gustos, puedo admirar desde la poesía de una Blanca Varela fina y
esquiva, como la poesía de una Pizarnik dolorosamente narcisista y
deslumbrante. Porque al final la herida es la misma sólo que vestida de
diferentes formas.
¡Abrazos
poéticos de sábadito rico a los poquitos que me leen y quieren!
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Las mañanas
comienzan oscuras con el silbido del demoniaco tiempo palpitante.
Mientras los
dioses bostezan en su nicho de flores y uvas fermentadas,
algunos se
tallan los ojos estrujando los tallos de su vida
sin encontrar
la raíz que se quedó perdida en alguna nube pasajera,
y se tiende la
ropa como a un muerto descolorido
y sudado que
debe estar limpio para la siguiente jornada
de supresión
de soles
y arrumacos de
mamíferos.
Las mañanas
van despejándose de los rescoldos
del sueño
y una pareja
se abraza en su hermosa inmortalidad
pasajera.
Los pasajeros
pasamos silenciosos en nuestro anonimato,
algunos
pensamos en el amor que se quedó
perdido en el
camino
y algunos
otros, con menos suerte,
van pasando
sin que el amor los perturbe,
pero algo en
su frente se va estrujando
como una flor
arrancada del jardín.
El jardín
florece ajeno a nosotros
que somos
ajenos
e
imprescindibles,
porque la
belleza se basta a sí misma
para existir,
mientras
nosotros necesitamos la belleza
y la
decadencia para ser.
Las mañanas
terminan clareando clamores antiguos
que nadie
quiere escuchar
y encendemos
la radio para callar
lo que todos
sabemos:
Que la luna
sonríe
y el día ha
terminado sin horizonte
hasta el
sábado.
Galaxia
Guerrero.
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