Por: Amanda Ortega
Guerrero. Fernanda Ortega Guerrero. Moisés Cabo Leyva
El siguiente relato es
verídico, sucedió hace algunos años en uno de mis viajes, mi camello y yo
deambulábamos en busca de agua, y al llegar a un oasis La Oruga nos recibió con
la siguiente historia.
Hace mucho tiempo existió un
pueblo donde lo único que se cosechaban eran huevos, si era época de frío se
sembraban burros, si era época de calor se sembraban peces. En dicho pueblo
sólo existían niños y ancianos. Los niños brotaban como uvas que los ancianos
cultivaban.
¿Y de dónde venían los ancianos? Los ancianos
venían del mar, las tortugas dejaban huevos de ancianos en la playa, bajo la
arena, el sol los alimentaba hasta que surgían del cascarón bien formados, con
arrugas y vista cansada, pero con unos corazones jóvenes y fuertes, lo cual era
importante para cuidar de los niños.
Por tales motivos, las tortugas eran símbolo
de vida y tanto ancianos como niños las respetaban y aprendían de su paciencia
y de su sabiduría.
El sol estaba divorciado de la
luna, se peleaban constantemente por salir y no respetaban los horarios de
trabajo de cada uno, por lo que de repente se hacía de noche y se hacía de día.
Hasta que un día hubo un eclipse de sol que duró
varias horas, los habitantes no sabían qué ocurría, los gallos no se podían
dormir, las gaviotas danzaban sin parar, los cangrejos no sabían si iban o
venían, y los niños se preguntaban si por fin la luna y el sol se habían
reconciliado.
Sin embargo ellos tampoco
sabían lo que ocurría, se dejaban llevar por el movimiento involuntario. La
luna sentía cosquillas y no dejaba de reírse. Mientras el sol comenzaba a
extrañar la Tierra.
Yo nací durante ese eclipse, y
de alguna extraña manera vagué por el viento. Primero durante horas, luego
durante días, en mi camino observaba el crecimiento de los seres vivos, tanto
de plantas como de aves, y animales terrestre, hasta que un día conocí a una
mariposa, quien me dijo que ese sería mi futuro, convertirme en un hermoso ser
alado.
Pero antes tendría que
encontrar a un ser humano con la capacidad de comunicarse con los animales.
Alguien que creyera en la magia de la conexión de todos con la naturaleza, que
al escuchar las olas del mar, sintiera la melodía correr por sus venas, que
entendiera que el viento al mover las ramas de los árboles produce una danza casi silenciosa y no un
simple vaivén.
Al llegar a esta parte de la
historia, viéndome rodeado de arena, mi camello, espejismos y a la oruga, comencé
a escuchar una suave melodía que venía de todos y de ningún lado, creando en mí
la sensación de hallarme junto al mar y al mismo tiempo en un bosque cual
escenario de danzas sutiles como un murmullo de mariposa en mi oído.
En ese momento la oruga desapareció
y sólo alcancé a ver un aleteo desvanecerse en el horizonte.