Por Jules Bandalf
"Cuando
era niño, creía que el tiempo antes de mí no existía. Creía que todos, al igual
que yo, éramos nuevos en el mundo; que el tiempo pasado era un cuento que los
más viejos conocían, aunque quizás los adolescentes sí fueron niños alguna vez.
Era muy difícil concebir que los adultos conocieran del mundo y supieran qué
hacer -esto último puede que no estuviera tan equivocado-
El
tiempo se sentía como salir de una madriguera al pie de una enorme cordillera
que impedía viajar hacia atrás. El mundo era solamente la ciudad natal y los
lugares a su alrededor; y flotaban en el cielo como islas... cuyas límites nos
hacían caer a lo que la iglesia y los adultos llamaban el infierno, tan real y
ardiente como solo la imaginación de un niño podría concebirlo.
Ahora,
esa enorme cordillera no parece infranqueable a esta distancia, pero ni en
aquel entonces, y mucho menos ahora, se podría cruzar más allá de ella. De
cerca no dejaba ver la magnitud ante el pequeño tamaño de mi comprensión, hoy
no me deja ver la distancia ni lo distorsionada que ha quedado la mirada... ¡Ay
con la ceguera! ¡Esa zorra astuta! Siempre presente, aunque nunca del mismo
modo.
Del
mismo modo imaginaba -¡imagino!- a la gente de los inicios de los tiempos con
este sentir: pequeños, inseguros, confundidos antes un enorme mundo en el que
todos parecen saber que se debe hacer... Tratando de comprender todo cuanto hay
a su alrededor, pero sin nadie que los guiara...
¿Cómo
habrá sido caminar al lado de aquella gente? Cuando el mundo aún mantenía la
balanza un poco más equilibrada.
¿Cómo
imaginan su mundo los otros niños? No solo los de ahora... sino...
todos..."