Por Márgarus Margarum
A usted, señora
La venero con toda la elegancia de sus prendas, que en juego con sus accesorios la hacen lucir hermosa y distinguida cual magnificencia de una emperatriz.
Yo, jovial enamorado, declararé frente a la corte de moralistas y envidiosos que no hay flor alguna que se compare a lo excelso de su belleza cuando usted está desnuda.
Porque las rosas y las demás flores son pétalos de un día, y usted, señora será siempre una manifestación sublime de lo bello, aquello que mis manos torpes y toscas han acariciado, y que a mi cuerpo mortal y a mi alma pecadora le ha dado regocijo.