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Mujer suicida. Poeta maldita.




Por Moisés Cabo Leyva

A la memoria de Flora. A. P.

“Y decir al morir, cuando tenga
ya en la boca y cabeza la baba del suicidio
gritarle a las sombras, a las tantas que hay y fantasmas
en este paraíso para espectros
y también a los ciervos que he visto en el bosque,
y a los pájaros y a los lobos en la calle y
acechando en las esquinas”.

Leopoldo María Panero /
 Fragmento de La canción del croupier de Mississipi

Nieztsche decía que aborrecía leer lo que no estaba escrito con sangre, que se debía escribir con sangre. Camus inicia un ensayo diciendo que sólo hay un problema filosófico importante; si la vida vale la pena vivirla o no. 

Pero Flora A. P.; “ella tiene miedo de no saber nombrar lo que no existe”.
Inspirado en ella, como agradecimiento y en su memoria, este texto herido con sangre y desangrado, viviendo la vida sin valía, coqueteando con la muerte, hablándole con palabras de una mujer poeta suicida, recopila fragmentos de su expresión, que para efectos del texto estarán entrecomillados y en cursivas.



“como un poema enterado
del silencio de las cosas
hablas para no verme”.

Flora escribía como Flora o como Alejandra, o como otras más adentro de ellas. Flora no fue una, fue muchas, y hablar aquí de problemas de identidad es sólo ver una cara de la moneda que no era sino ceniza.

“el centro
de un poema
es otro poema
el centro del centro
es la ausencia
en el centro de la ausencia
mi sombra es el centro
del centro del poema”

Fue una niña lastimada por la humanidad y sus prejuicios, fue una huérfana del mundo, del amor. Era la adolescente de la cara con granos. 


La inseguridad le acompañaba y la soledad fue su eterna pareja. Problemas de sobrepeso y problemas de fármacos. Una sexualidad de la que escribe y que los morbosos no entendemos. Su refugio la literatura. 

La poesía; su vida, su cuerpo, sus huesos, su sangre, sus heridas, su casa, su aire, su cielo y su infierno, su muerte.

Leerla es sufrir y a veces disfrutar del dolor, gozar la tristeza, amar la desolación. 

“dice que no sabe del miedo de la muerte del amor
dice que tiene miedo de la muerte del amor
dice que el amor es muerte es miedo
dice que la muerte es miedo es amor
dice que no sabe”.

Decir algo sobre ella está siempre de más, pues nadie mejor que ella para hablar de Flora, de Alejandra, de Pizarnik. ¡Sí! Tuvo nombre y apellido, como tú, como yo. Como tú y como yo, vivió y sufrió.
¡Qué importa clasificar su obra! ¡Eso es tarea de maestros y estudiantes pálidos, sin sangre, sin pasión!

“porque yo no pedí nacer en forma de signo de interrogación
porque yo, mujer crisálida, no tuve la fuerza de nacer cadáver
porque yo, en fin, llevo un alma rociada por diez y nueve primaveras angustiosas
por eso me quejo en diez y nueve arpegios delirantes”.

Hundida en las profundidades de sus abismos internos, escribió para vivir y para morir más. 

La conocí un día que no recuerdo, me habló de su dolor y aprendí del mío.
Me enseñó su herida y descubrí la mía que no sana nunca.

“he nacido tanto
y doblemente sufrido
en la memoria de aquí y de allá”

Los que hablan de Flora, hablan como se habla de un famoso, nació en tal y cual lugar, creció por allá, se juntó con tales y cuales personas, cambió esto por aquello, viajó a Europa, estudió con tales vacas sagradas, se codeó con artistas internacionales, intelectuales y psicoanalistas (porque son diferentes claro está). 

Pero esa no era Alejandra, esa es una imagen para el lector ordinario que busca datos, fechas, premios, cosas que admirar o reprochar.
Esa mujer de la que hablan los que dicen que “saben” de poesía y literatura no es Flora Alejandra Pizarnik, ni lo fue, ni lo será.
“nadie me conoce yo hablo la noche
nadie me conoce yo hablo mi cuerpo
nadie me conoce yo hablo la lluvia
nadie me conoce yo hablo los muertos”

Ella estaba vacía, se volvió poesía para no tener que responder a las cuestiones mundanas, se volvió tinta sangre para irrigar las heridas, las suyas, las mías, las de todos los animales metafísicos heridos por la violencia del nacer.

“porque yo, alejandra-mujer-angustiada, no fui valiente y no nací sin ese vaho azul que llaman oxígeno
por eso lloro y escribo mi hojita diaria y la embellezco con dibujitos (nada meritorio, ya sé)
por eso gimo y no me digo ¡adelante!
por eso clamo y repito mi canción: ¡dolor! ¡dolor! ¡dolor!”

Historiadora de angustias, “existencialista” le dijeron por leer a Sartre. Profeta no le llaman mucho, pero;
“alguna vez
alguna vez tal vez
me iré sin quedarme
me iré como quien se va”

Es que acaso no saben leer entre líneas, porque ella siempre lo supo;

“la pequeña viajera
moría explicando su muerte
sabios animales nostálgicos
visitaban su cuerpo caliente”

Y aunque su poesía-vida no pretendía exponer sabiduría, valor o belleza, todo eso hay en su escritura.
“Y aún me atrevo a amar
el sonido de la luz en una hora muerta,
el color del tiempo en un muro abandonado.
En mi mirada lo he perdido todo.
Es tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay”.

Para los que gustan de datos y fechas; Flora Alejandra Pizarnik nació en Argentina en 29 de abril de 1936 y murió el 25 de septiembre de 1972 a la edad de 36, como consecuencia de haber ingerido 50 pastillas de Seconal (barbitúrico), sí, el suicidio valía la pena y lo pagó con su sangre y vida de poeta, parafraseando a Leopoldo M. Panero; hizo de su cadáver el último poema.

Sus últimos versos fueron encontrados en el pizarrón de su cuarto:

“no quiero ir
nada más
que hasta el fondo”.

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