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"Un pobre diablo". Por Nereyda Flores.


Conocí a Moisés en el verano de 2013, un amigo nos presentó, en su “depa”, recuerdo que el lugar olía a sexo, como a guardado y a mota, cuando entré ví un sartén eléctrico con restos de comida o algo parecido, en una esquina botellas de plástico cortadas a la mitad que en conjunto hacían una gran vajilla, olía a orines, en el suelo había bachas y colillas de cigarro, basura, ropa sucia y hojas de papel todas pisoteadas, pese a todo el desmadre junto a la cama había libros de filosofía y copias, muchas copias, bien acomodadas. -Me llamo Moisés, dijo, -pero todos le dicen el Caifán ateo, dijo mi amigo, -Mois, dije, Mois… Él llevaba una playera naranja, pantalones de esos de viejito, tenis rojos… -ella es la pantera, decía mi amigo, -qué pedo panterita no quieres un toque… (con voz chayotera) sonreía mientras sobre un libro despicaba un poco de hierba y acomodaba una sábana, - ¿qué tal la fac? todos son unos pendejos me dijo que él estudiaba filosofía que había entrado por algo pero que ese algo había perdido sentido en los últimos días, que la academia era una chingadera y que si era inteligente no me dejara llevar por ella, le hice caso, con mis ojos pequeños y mi cara pálida le escuchaba atentamente mientras perdía lentamente la mirada en un par de condones que se asomaban bajo la cama, tres, cuatro, cinco, había un chingo… me integraba a la conversión tras cada subida de tono de la voz de Moisés, pronto descubrí que en un futuro no distante la vida que llevaba él era la que llevaría yo. También había envases de caguamas. De repente tomó su mochila, iban por las caguamas, me quedé en ese lugar sola, pensando, sintiéndome diferente, después de todo era mi primer día en la ciudad también sola. De repente ya estábamos bebiendo, tuve la sensación de orinar, para mi todo era nuevo, hasta orinar en el cuarto de un hombre, al entrar no podía esperar menos, había pelos en todos lados, condones con semen en el bote de basura, papeles regados, jabones viejos y una perfecta pasta dental con su respectivo cepillo dental perfecto, al menos en ese lugar se cuidaba la higiene bucal. Moisés me comentó que el escribía, que mi amigo le había comentado que yo también lo hacía, platicamos muy brevemente sobre eso, años después le pregunté a mi amigo que qué más le había dicho sobre mí a Moisés aquella ocasión, mi amigo lo dijo en palabras simples “le dije, pinche vieja está bien orate”… con tal razón Moisés me abrió desde ese día las puertas de su casa, de su amistad y me dio un lugar en el estante de las letras. Moisés era un drogadicto, un borracho, escritor y filósofo, adicto a las vaginas, a los culos y a las tetas o como el suele referirse a las mujeres con las que puede tener una oportunidad: adicto a “unas amigas”. Fue una tarde larga. Las tardes posteriores íbamos a su depa, nos la pasábamos ahí, bebiendo, fumando, algunas veces el recitaba poemas, puercos todos, yo le contaba como me iba adecuando a la universidad y a la vida de estudiante solitaria, muchas veces el hablaba de los proyectos que tenía en mente, de como tenía una revista y de cómo pensaba hacer otras, poco a poco a poco mediante sus poemas me dí cuenta de que era un pobre y triste diablo decidido a ir contra vida, contra el amor y la falsa promesa que te ofrece la universidad, abandonó la escuela. Los últimos días frecuentaba teibols, cogía del diario, y de vez en cuando enamoraba a alguna nalga a base de poemas y de su buena labia, las llevaba a su depa, ahí bebía y fumaba con ellas, luego de coger se quedaban a dormir con él por seguridad, por ese entonces la inseguridad en la apenas Veracruzana, como él suele llamarla, era enorme. Una vez fui a visitarlo, al llegar una mujer estaba con él, había música distinta a la de siempre, no era de fondo Jaime Lópéz o José Manuel Aguilera, era salsa, sí, salsa y cumbia, la mujer bailaba sus pantalónes apretados le marcaban la tanga, su blusa pegada le marcaba el busto, baila y le tomaba la mano, Moisés la veía y yo la veía y el momento era lento, sonreían, parecía que estaban viciados uno de otro, bebíamos, ellos eran ellos solos y yo los veía, de un momento a otro yo era parte de todo, menos de ellos; ese día comprendí que estaba lista, que todo aquello que me era nuevo ya era bastante familiar y que incluso las cosas que me daban miedo me empezaban a gustar. Poco a poco el se fue yendo y las cosas empezaban a ordenarse, el lugar que habitaba fue perdiendo forma y lo que había vivido en ese lugar también; ahora eran sólo recuerdos borrosos en un lugar de su memoria y de su corazón, también. Nunca más Mois con nosotros, nunca más Mois y los sartenes sucios, nunca más la vajilla, la basura y los condones rotos. Y como no sé cómo terminar esto sólo diré que “Ni modo”. Escribo esto y lo escribo así porque el Moisés de esa época se quedó varado en alguna línea blanca y cristalina de la cuál no puede salir, porque el juego en el que jugaba diario se quedó pausado por un bug inexplicable de la realidad, porque el Caifán ateo de aquella época se quedó sin tinta y sin libreta donde escribir. Porque no lo reconozco cuando le cuento que, como él, también quiero emprender proyectos. Escribo esto como una invitación e incitación a que por favor saque los poemas y vuelva a tener la misma esperanza de ir contra vida y contra el amor y aunque yo no lo conozco tanto, en el fondo sé que en realidad no es un triste y pobre diablo más.

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