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Siento el peso de una cebolla en la mano. Por Juan Carlos Carvallo Campechano.

Imagen de Dilkabear



Siento el peso de una cebolla en la mano. Frente yace mi báscula pesando la realidad. Su lectura es 0. Algo de ese marfil hace que estime su carga, y me parece una genialidad el detenerme. Sin embargo, ni bien miro al cuerpo y ya me asalta una pena. ¿Ella sabe que estoy examinando su intimidad? Pienso que sí. Aun cuando ella no mire propiamente, ella es toda una esclerótica. Ojo ciego, pero intuitivo, que por el hombre fue nombrado cebolla, ese hombre mítico que en apuros de ordenar le dijo fuera de consulta lo que es y, tal vez por eso, no abrirá su pupila como una vaina hasta el último día habitando la tierra. Ya la vemos ahí, durmiendo tranquila, soñando números exquisitos -un código legible a través de las máquinas-, esperando el llamado en mi palma acunada. Así la pena es reducir una belleza portentosa como la suya a fin de la saciedad. Mero ingrediente. Ya no de cocina, hablo para la vida. Este conocimiento difícil me irrita los ojos al hundir el filo entre sus capas vegetales. Toda cebolla es un bulbo; por bulbo entiendo lágrima. Una cebolla partida en dos libera su potencial lacrimógeno. Ella distribuye su peso equitativamente y sufre gracias al balance que ahora tiene obligación de mantener. Soy responsable de orillar su entereza a casos particulares. Y así la padezco. A lo que ella se rehúsa. ¿Por amor? No. La cebolla está lejos de estas concepciones y, aun así, se enternece de mí: promete su caramelo después de la hornilla, en mi plato. Califíquenlo de absurdo, pero se me antoja la cebolla como lo único facultad en voluntad. Ella nos inspira. La cebolla como emblema. Es hortaliza que exuda rabia o despecho tras haber perdido su valor, el cual es totalmente cerrado, y, no obstante, sabe que existe para el sacrificio de los suyos. No importa cuánto se fragmente o pulverice a la piedra, esta conservará intactos sus misterios. La cebolla no es compatible a esta naturaleza. La cebolla es otra cosa, aunque se parezca a las piedras grandes del río. Ella puede únicamente estratificar su blandura porque, a diferencia de las rocas, tiene procesos biológicos, evolutivos. Sirve a la posteridad. Yo no sé para qué sirvo o a quién. Lo único que sé es del hambre y reduzco su trabajo de perfeccionamiento a la materia prima que he de asimilar, es decir, la veo y veo al nutriente. ¿Esto quiere decir que soy propenso al mundo? Tal vez, tal vez. Si mi deseo es nulo es solo porque la realidad supera al equipo de medición. Lo que sí, es que la cebolla no es milenaria, su herencia lo es. Nace de la anterior y envuelve sus vidas pasadas en maternidad. Por eso la cebolla es memoria y, como tal, rompe en llanto y nos conmueve. Te aplaudo. Te alabo, cebolla. Viuda negra de blanco camuflada. Tu experiencia es mística. Tu vía es la vía dolorosa. Discípula fuiste en el huerto y a ti fue otorgada la oración de aquel hombre, porque nadie, salvo tú, sería capaz de abrir luz en la tierra. Tal como has hecho.

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