Imagen de Dilkabear |
Siento el peso
de una cebolla en la mano. Frente yace mi báscula pesando la realidad. Su
lectura es 0. Algo de ese marfil hace que estime su carga, y me parece una
genialidad el detenerme. Sin embargo, ni bien miro al cuerpo y ya me asalta una
pena. ¿Ella sabe que estoy examinando su intimidad? Pienso que sí. Aun cuando
ella no mire propiamente, ella es toda una esclerótica. Ojo ciego, pero
intuitivo, que por el hombre fue nombrado cebolla, ese hombre mítico que en
apuros de ordenar le dijo fuera de consulta lo que es y, tal vez por eso, no
abrirá su pupila como una vaina hasta el último día habitando la tierra. Ya la
vemos ahí, durmiendo tranquila, soñando números exquisitos -un código legible a
través de las máquinas-, esperando el llamado en mi palma acunada. Así la pena
es reducir una belleza portentosa como la suya a fin de la saciedad. Mero
ingrediente. Ya no de cocina, hablo para la vida. Este conocimiento difícil me
irrita los ojos al hundir el filo entre sus capas vegetales. Toda cebolla es un
bulbo; por bulbo entiendo lágrima. Una cebolla partida en dos libera su
potencial lacrimógeno. Ella distribuye su peso equitativamente y sufre gracias
al balance que ahora tiene obligación de mantener. Soy responsable de orillar
su entereza a casos particulares. Y así la padezco. A lo que ella se rehúsa.
¿Por amor? No. La cebolla está lejos de estas concepciones y, aun así, se
enternece de mí: promete su caramelo después de la hornilla, en mi plato.
Califíquenlo de absurdo, pero se me antoja la cebolla como lo único facultad en
voluntad. Ella nos inspira. La cebolla como emblema. Es hortaliza que exuda
rabia o despecho tras haber perdido su valor, el cual es totalmente cerrado, y,
no obstante, sabe que existe para el sacrificio de los suyos. No importa cuánto
se fragmente o pulverice a la piedra, esta conservará intactos sus misterios.
La cebolla no es compatible a esta naturaleza. La cebolla es otra cosa, aunque
se parezca a las piedras grandes del río. Ella puede únicamente estratificar su
blandura porque, a diferencia de las rocas, tiene procesos biológicos,
evolutivos. Sirve a la posteridad. Yo no sé para qué sirvo o a quién. Lo único
que sé es del hambre y reduzco su trabajo de perfeccionamiento a la materia
prima que he de asimilar, es decir, la veo y veo al nutriente. ¿Esto quiere
decir que soy propenso al mundo? Tal vez, tal vez. Si mi deseo es nulo es solo
porque la realidad supera al equipo de medición. Lo que sí, es que la cebolla
no es milenaria, su herencia lo es. Nace de la anterior y envuelve sus vidas
pasadas en maternidad. Por eso la cebolla es memoria y, como tal, rompe en
llanto y nos conmueve. Te aplaudo. Te alabo, cebolla. Viuda negra de blanco
camuflada. Tu experiencia es mística. Tu vía es la vía dolorosa. Discípula
fuiste en el huerto y a ti fue otorgada la oración de aquel hombre, porque
nadie, salvo tú, sería capaz de abrir luz en la tierra. Tal como has hecho.