Por S. Calavera
Otra noche en Xalapa. En la habitación del fondo de la cuartería han pasado la mayor parte del día emborrachándose Roberto, Rodrigo y Rodolfo. Comenzaron bebiendo cerveza y ahora toman caña. Fuman. Hablan.
—A mí ya me está dando hambre. — Dice Rodolfo.
—Sí, a mí también. — Agrega Rodrigo.
—¡Vale verga! El pedo es que no tenemos varo.— Responde Roberto. —Hay que pensar qué hacer… Igual
vamos con el francés a pedirle unos baguettes.
—¿Cuál francés?
—Aquí derecho, a la altura de la escuela.
—¿Y apoco te fía?- Preguntan a Roberto los otros dos.
—¡Sííí! ¡Ahorita! A ver qué le decimos, yo ya lo he cotorreado…
—¿Entonces tú lo conoces?
—Ajá.
—¡Pues vamos!
Y salen a la calle, la Manuel Hernández. Caminan cuatro cuadras en dirección a la unidad de humanidades.
Llegan al negocio del francés; vende baguettes y crepas y refrescos en un local no muy grande. Entran. El
francés está al fondo.
—Vas. — Le dicen a Roberto en voz baja.
Se dirige al fondo. Habla con él mientras Rodolfo y Rodrigo esperan. No tarda mucho. Se acercan ambos.
—¿De qué las van a querer?— Pregunta Roberto.
—¿De qué tienes?
—De jamón, salami, queso…
Pide cada quien una torta francesa. Platican con el cocinero mientras las prepara. Hablan de cualquier cosa.
Los mexicanos preguntan y el francés responde, así pasó el rato; y la torta.
—Oye, ¿también haces crepas, no?— Pregunta nuevamente Roberto.
—Ajá.
—¿No quieren una crepa? ¿De qué tienes? ¿No hay pedo, verdad? ¿Nos puedes dar unas crepas? Yo luego
paso. Neta, tú sabes que no hay pedo conmigo.
—Sí.
—¿De qué la quieren? ¿De qué tienes?
—De cajeta, miel…
Y pide cada quien una crepa. Comen. Hablan. Se llenan. Risas. Todo estuvo bien. Agradecen. Salen. Más risas.
—¿Qué le dijiste?
—Nada, que si nos fiaba.- Carcajean. —Pues es que he venido a comer seguido, hasta he traído otros cabrones,
además, el güey siempre me pregunta por los platillos mexicanos, me pide recetas y mamadas así.
—Y ¿apoco tú te sabes recetas güey? Pa’ mí que te las inventabas.
—¡Ooooh! ¿Qué pasó? Luego les enseño unas.— Aúlla Roberto fingiendo indignación. —El chiste es que
me fui ganando su confianza y sabía que un día iba a tener cartera abierta pa’ comer y pues ahorita le dije que necesitaba de su colaboración, que estábamos en el desmadre y que no me habían depositado, que más que un cliente soy su amigo, ya sabes, el choro, je je je.
—¡Ja ja, pinche vato!
—Ahora hay que ir por unos pomos al OXXO ¿no?— Propone Roberto. –La caña ya se va a acabar.
—¿Y qué pedo, qué?
—Sí pinche Roberto, ¿en el OXXO qué?
—No mamen; pues ya es tarde, ahorita ya está cerrada la puerta, nada más atienden por la ventana. Con que nos suelten los pomos, nos echamos a correr.
—El pedo va a ser que nos los suelten.
—Sí güey, ¿apoco crees que nos los den?
—Sí, no hay pedo.— Contesta Roberto.
—¿Tú le vas a decir?
—Sí güey.— Reafirma. —¿De qué pomos quieren? ¿Unos tequilas estarían bien no?
—Simón estaría chido.
—Ajá, sí.
Caminan entonces hacia el OXXO que está frente al PRI. Planean por dónde correr. Son varias
cuadras de vuelta: casi siete. Habrá que correr rápido, los policías podrían estar cerca, hacen sus rondines.
Llega el trío al mini-súper.
—Vas.
Rodrigo y Rodolfo se recargan junto a la puerta. Roberto va hacia la ventana.
—Buenas noches.
Se acerca el tendero.
—¿Sí? ¿Qué deseaba?
—Buenas noches, esteee, ¿De qué tequilas tienes?
—Pues, hay “jimador”, “cuervo”, “azul”, “hornitos”, “sauza”, “centenario”…
—¿Cuánto cuesta el azul?
—Tanto.
—Déjame verlo ¿no amigo? ¡Qué tal que está adulterado!
—Ja ja. No está adulterado.
—Pues por eso, déjame verlo para comprobar que no está adulterado, no seas mala onda, ¿ya viste cómo
eres?
—No está adulterado, ¿qué, si no está adulterado me lo pagas doble?
—Ora, simón, no hay pedo.
Y le da la botella a Roberto quien la mira como escudriñando, éste la devuelve para ganar confianza y pide un
“hornitos”. Cayó en la trampa. Va por el tequila que también le da a nuestro compañero ya sin que se lo pida;
él repite la inspección, espera un momento y sin soltar el “hornitos” pide otra botella:
—A ver pásame un “centenario”.
Vuelve el del OXXO al mostrador detrás del cual están los licores, mientras, Roberto le pasa el “hornitos” a
Rodolfo, quien se acerca. Vuelve el vendedor con el “centenario” y se lo da a nuestro camarada, éste lo agarra
y enseguida pregunta:
—Y ¿Cuánto sería de los dos?— El que tiene en sus manos y el que tiene Rodolfo.
Va el empleado a la caja, hace cuentas y regresa:
—Tanto
—¡¡Pues, ahí me los apuntas, ¿no?!!
Y corren los tres a todo lo que dan sus piernas. Bajan por la Francisco Moreno. En la primera esquina Rodrigo tropieza y derrapa de panza. Enseguida se levanta. Los otros apenas voltean, siguen corriendo. Doblan por Honorio Rodríguez, luego en la Teodoro Avendaño y enseguida por Alatriste hasta la Manuel Hernández; corren, corren, corren. Se cansan pero no se detienen. Llegan a la vecindad de donde salieron. Entran y cierran el portón. Están muy agitados; jadean, tosen, sudan.
—¡A la verga güey!
—¿Te raspaste?
—Nel, traigo la chamarra.
—Lo bueno que no traías ningún pomo.
—A la verga, yo siento que voy a vomitar.— Dice Rodolfo.
—Aguanta.- Le sugieren.
Se tranquilizan un poco y caminan hasta el fondo al cuarto. Entran. Rodolfo sigue muy agitado, con náuseas.
Su estómago comienza a contraerse.
—No mamen, creo que sí voy a vomitar.
Y corre al baño con el vómito en la boca. Llega, lo primero que encuentra es el lavamanos y descarga todo en él: cerveza, caña, baguette, crepa, refresco y cuando ya no había más, hiel; un rato vomitando y el lavamanos hasta el tope; se tapó (después se lo cobrarían a Rodrigo). Lástima, había sido una buena noche con cena.
Otra noche en Xalapa. En la habitación del fondo de la cuartería han pasado la mayor parte del día emborrachándose Roberto, Rodrigo y Rodolfo. Comenzaron bebiendo cerveza y ahora toman caña. Fuman. Hablan.
—A mí ya me está dando hambre. — Dice Rodolfo.
—Sí, a mí también. — Agrega Rodrigo.
—¡Vale verga! El pedo es que no tenemos varo.— Responde Roberto. —Hay que pensar qué hacer… Igual
vamos con el francés a pedirle unos baguettes.
—¿Cuál francés?
—Aquí derecho, a la altura de la escuela.
—¿Y apoco te fía?- Preguntan a Roberto los otros dos.
—¡Sííí! ¡Ahorita! A ver qué le decimos, yo ya lo he cotorreado…
—¿Entonces tú lo conoces?
—Ajá.
—¡Pues vamos!
Y salen a la calle, la Manuel Hernández. Caminan cuatro cuadras en dirección a la unidad de humanidades.
Llegan al negocio del francés; vende baguettes y crepas y refrescos en un local no muy grande. Entran. El
francés está al fondo.
—Vas. — Le dicen a Roberto en voz baja.
Se dirige al fondo. Habla con él mientras Rodolfo y Rodrigo esperan. No tarda mucho. Se acercan ambos.
—¿De qué las van a querer?— Pregunta Roberto.
—¿De qué tienes?
—De jamón, salami, queso…
Pide cada quien una torta francesa. Platican con el cocinero mientras las prepara. Hablan de cualquier cosa.
Los mexicanos preguntan y el francés responde, así pasó el rato; y la torta.
—Oye, ¿también haces crepas, no?— Pregunta nuevamente Roberto.
—Ajá.
—¿No quieren una crepa? ¿De qué tienes? ¿No hay pedo, verdad? ¿Nos puedes dar unas crepas? Yo luego
paso. Neta, tú sabes que no hay pedo conmigo.
—Sí.
—¿De qué la quieren? ¿De qué tienes?
—De cajeta, miel…
Y pide cada quien una crepa. Comen. Hablan. Se llenan. Risas. Todo estuvo bien. Agradecen. Salen. Más risas.
—¿Qué le dijiste?
—Nada, que si nos fiaba.- Carcajean. —Pues es que he venido a comer seguido, hasta he traído otros cabrones,
además, el güey siempre me pregunta por los platillos mexicanos, me pide recetas y mamadas así.
—Y ¿apoco tú te sabes recetas güey? Pa’ mí que te las inventabas.
—¡Ooooh! ¿Qué pasó? Luego les enseño unas.— Aúlla Roberto fingiendo indignación. —El chiste es que
me fui ganando su confianza y sabía que un día iba a tener cartera abierta pa’ comer y pues ahorita le dije que necesitaba de su colaboración, que estábamos en el desmadre y que no me habían depositado, que más que un cliente soy su amigo, ya sabes, el choro, je je je.
—¡Ja ja, pinche vato!
—Ahora hay que ir por unos pomos al OXXO ¿no?— Propone Roberto. –La caña ya se va a acabar.
—¿Y qué pedo, qué?
—Sí pinche Roberto, ¿en el OXXO qué?
—No mamen; pues ya es tarde, ahorita ya está cerrada la puerta, nada más atienden por la ventana. Con que nos suelten los pomos, nos echamos a correr.
—El pedo va a ser que nos los suelten.
—Sí güey, ¿apoco crees que nos los den?
—Sí, no hay pedo.— Contesta Roberto.
—¿Tú le vas a decir?
—Sí güey.— Reafirma. —¿De qué pomos quieren? ¿Unos tequilas estarían bien no?
—Simón estaría chido.
—Ajá, sí.
Caminan entonces hacia el OXXO que está frente al PRI. Planean por dónde correr. Son varias
cuadras de vuelta: casi siete. Habrá que correr rápido, los policías podrían estar cerca, hacen sus rondines.
Llega el trío al mini-súper.
—Vas.
Rodrigo y Rodolfo se recargan junto a la puerta. Roberto va hacia la ventana.
—Buenas noches.
Se acerca el tendero.
—¿Sí? ¿Qué deseaba?
—Buenas noches, esteee, ¿De qué tequilas tienes?
—Pues, hay “jimador”, “cuervo”, “azul”, “hornitos”, “sauza”, “centenario”…
—¿Cuánto cuesta el azul?
—Tanto.
—Déjame verlo ¿no amigo? ¡Qué tal que está adulterado!
—Ja ja. No está adulterado.
—Pues por eso, déjame verlo para comprobar que no está adulterado, no seas mala onda, ¿ya viste cómo
eres?
—No está adulterado, ¿qué, si no está adulterado me lo pagas doble?
—Ora, simón, no hay pedo.
Y le da la botella a Roberto quien la mira como escudriñando, éste la devuelve para ganar confianza y pide un
“hornitos”. Cayó en la trampa. Va por el tequila que también le da a nuestro compañero ya sin que se lo pida;
él repite la inspección, espera un momento y sin soltar el “hornitos” pide otra botella:
—A ver pásame un “centenario”.
Vuelve el del OXXO al mostrador detrás del cual están los licores, mientras, Roberto le pasa el “hornitos” a
Rodolfo, quien se acerca. Vuelve el vendedor con el “centenario” y se lo da a nuestro camarada, éste lo agarra
y enseguida pregunta:
—Y ¿Cuánto sería de los dos?— El que tiene en sus manos y el que tiene Rodolfo.
Va el empleado a la caja, hace cuentas y regresa:
—Tanto
—¡¡Pues, ahí me los apuntas, ¿no?!!
Y corren los tres a todo lo que dan sus piernas. Bajan por la Francisco Moreno. En la primera esquina Rodrigo tropieza y derrapa de panza. Enseguida se levanta. Los otros apenas voltean, siguen corriendo. Doblan por Honorio Rodríguez, luego en la Teodoro Avendaño y enseguida por Alatriste hasta la Manuel Hernández; corren, corren, corren. Se cansan pero no se detienen. Llegan a la vecindad de donde salieron. Entran y cierran el portón. Están muy agitados; jadean, tosen, sudan.
—¡A la verga güey!
—¿Te raspaste?
—Nel, traigo la chamarra.
—Lo bueno que no traías ningún pomo.
—A la verga, yo siento que voy a vomitar.— Dice Rodolfo.
—Aguanta.- Le sugieren.
Se tranquilizan un poco y caminan hasta el fondo al cuarto. Entran. Rodolfo sigue muy agitado, con náuseas.
Su estómago comienza a contraerse.
—No mamen, creo que sí voy a vomitar.
Y corre al baño con el vómito en la boca. Llega, lo primero que encuentra es el lavamanos y descarga todo en él: cerveza, caña, baguette, crepa, refresco y cuando ya no había más, hiel; un rato vomitando y el lavamanos hasta el tope; se tapó (después se lo cobrarían a Rodrigo). Lástima, había sido una buena noche con cena.