Por Armando Madrazo Contreras
Él hablaba con soltura y mucha alegría, su rostro, joven aún, se llenaba de sonrisas y gestos sumamente expresivos durante la charla. De carácter enérgico y palabra firme, proyectaba un exceso de confianza que de no verse acompañada de una felicidad sin descanso, podría haberse considerado como una actitud natural.
Pero en esta ocasión, como suele ocurrir, bastó una objeción a su discurso hablado, para que el teatro que se estaba montando se desvaneciera como lo hace un sueño cuando se despierta con asombro, de golpe, de vuelta a la realidad.
De tal modo que el exceso de confianza proyectado, sucumbió ante la contradicción que se presentó al discurso, y el joven que antes decidido a persuadir a su interlocutor, se tornó en un hombre iracundo, violento, molesto porque sus palabras no fueron suficientes para lograr su objetivo; la persuasión.
Así que comenzaron los insultos, las ofensas que buscaban rebajar, denigrar al interlocutor, quien comprendió que a veces el exceso de confianza es signo de inseguridad.