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TODO POR UN PLATO DE LENTEJAS


Por: Francisco García

No puedo creer que todo sea causado por un maldito plato de lentejas, ¡Ah, si le hubiera hecho caso a mi madre! Interpreté todo al revés.
-“Hijo si no te comes esas lentejas no vas a crecer y te vas a quedar para siempre pequeño”.
Ah de verdad que tonto fui, yo pensé que su tono enérgico significaba que debía comerlas, qué inmaduro fui, mi madre como siempre me estaba advirtiendo de no comérmelas, a parte ni sabían tan ricas, fue una tontería dejar de ser niño por probar ese platillo. Lo más increíble es que nadie de mi generación hizo caso, todos teníamos que probar las malditas lentejas, pero ¡Jamás dejaré que mi hijo se las trague!
Tan bonito que era ser niño, los días eran laaaargos y sin preocupaciones, la única preocupación era jugar; ahora me preocupo de todo, de las calificaciones, de llegar puntual, de no hacerle una mala cara a tal o cual, porque tiene cierto “rango”, cuidar mis palabras, comer sano para no enfermar, el qué comeré hoy, la contaminación, que si México va al mundial. Era hermoso ser niño, no se necesitaba ser rico para ser feliz, la vida era sencilla, un bote de jugo podía ser un motor de motocicleta, dos piedras la portería del estadio Azteca, una caja podía ser el mejor escondite de un detective privado, darle de comer a las aves en el parque, patinar sobre mis tenis de lucecitas en el centro comercial pensando que era una pista de hielo ¡De verdad qué tonto fui, no debí tragarme las malditas lentejas!
¡Ay qué tristeza! Chavita y Mayito siempre fueron amigos de niños, la mayor discusión que tuvieron era ver quién pasaba primero una vez a la piñata de Marianita, ambos median lo mismo y los dos querían pasar, nada que no se resolviera con un famoso “piedra, papel o tijera”, un día se dejaron de hablar como por 10 minutos, siguen sin poder recordar cómo limaron asperezas aquella vez, el caso es que volvieron a ser los dos mejores amigos del mundo como si nada hubiera ocurrido; hoy no se pueden ver, uno muy sangrón “Don Salvador” exige que le llamen, no le ha vuelto a dirigir la palabra al Licenciado Mario, porque un día lo defraudó con cinco mil reales, si tan solo hubiera dejado que Mario le explicara que quien se los llevó fue su propio sobrino, sin embargo él jamás quiso delatarlo, ¡Si tan sólo no hubieran tomado sus lentejas, ojalá tampoco el sobrino se las hubiera tragado! Creo que fue el propio Don Chava quien hizo que éste se las comiera, seguro molesto de haber perdido la niñez eterna ahora quiere que todos la pierdan ¡Pero no más, hay que poner un alto!
Ahora que lo pienso detenidamente seguramente por eso el guardia del mercado le dio un zape al hijo de la cacahuatera, debe ser envidia, bueno ese guardia cree que por traer su macana le puede pegar a todo mundo, el otro día la pego a Doña Nachita, yo no sé por qué lo hace, pero él está orgulloso de su trabajo, seguro tragaba lentejas todos los días, seguro eran platos copeteados.
Sigo recordando cómo de niño a veces yo quería ser licenciado, otras más futbolista, cantante, chofer de autobús, tener mi propia cafetería, era tan cambiante, de todos modos sabía que a lo que me dedicara triunfaría, pues lo haría con ganas y esmero, sería el mejor en lo que hiciera; Hoy me dedico “a lo que caiga”, me dedico a ello, ni triunfo, ni tengo éxito, ni lo hago con ganas y lo único que espero es la quincena, la cual me dura tres días si bien me va.
¿Dónde se acabó la infancia? ¿Cuál fue el plato que detonó todo? ¿El cuarto, el quinto, el sexto? ¿Cuál? Sabía que su mal sabor algo me estaban advirtiendo, pero necio de mí.
La vida sería mejor llena de niños, nosotros creemos enseñarles a ellos y son ellos quienes realmente nos dan la lección, la lección más importante, saber vivir.
Hoy pocas cosas me entusiasman, antes hasta ver a mi padre reposando en su cama me llenaba de júbilo, pero ni modo yo ya me las tragué, malditas malditas sean, ahora está en mí no dejar que nadie más las coma.
Ojalá los asaltantes, rateros y ratones nunca las hubieran comido, ojalá el patrón que explota a su trabajador no las hubiera siquiera probado, menos el asesino, tampoco el estafador, pero ni modo ya las tragaron y su efecto parece ser contundente, ahora sólo queda enseñarles a las nuevas generaciones a no comerlas y a las viejas olvidarlo, lo hicimos, pero podemos hacer de cuenta que no sucedió.
¿Cómo olvidarlo? si aún tengo su imagen en mi cabeza, su sabor, su olor; no pensé que pudiera causar tanto mal un simple platito de lentejas.



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